Al detalle
Narración autobiográfica
Prólogo
En mi acérrima cualidad anecdotaria, ya en la etapa latente -según Freud y mis maestras jardineras- era un talento innato la narración. Historias igual de bizarras adornaban la sala rosa en aquel entonces. Jugaba sola, decían. La copia exacta de dibujos quedaba chica.
Eran los 90 y me importaba el menemismo como hoy la vida de la nieta Legrand. Es que acaso si llegaba a la mesada era, sólo, para untar -hurtar- una tostada ajena de la cocina.
Pasaron los años y Mi pequeño vampiro, Elsa Bornemann, Elige tu propia aventura eran amigos. Dialogaban como el pie y la rayuela. Luego la Family y la Sega sosegaron la lectura, pero la narración intrínseca se agudizaba cada vez más detallista. Las no condiciones futbolísticas aquietaban el aparente facsímile de Cortázar.
La pubertad y la adolescencia sorprendidas (gato viendo al auto venir) de mis intereses políticos, no temieron cuando la palabra “ideología” ultimó mi vocabulario ordinario.
Adultez temprana, opinaban los espectadores. Sin saber que en la profesional, aburguesada, cuasi oligárquica situación diaria, El show bizarro de Maite conmovía el vidrio del germinador, ovacionado en los pasillos laboriles.
Cuando el lazo de amor se hizo, apenas, árbol; y el afán terrateniente fue un recuerdo éxodo, floreció aquel retoño narracional. Hoy.
Maite Valiente Matilla